Amigas y amigos, miembros y miembras, tenistas y tenistos, amantes y bogavantes: tómense un ratito para conmemorar el día internacional de la mujer, que esta santa se lo tomará para reivindicarlo. Ya me perdonarán que les dé la murga, pero si hay un día para denunciar la discriminación de la mujer en todo el planeta es hoy.
Sin paños calientes: pese a los notables avances por estas latitudes en materia de igualdad, encontramos marcas de sexismo laboral, social, publicitario, público y telúrico, como las de un perrete que levanta el cuarto trasero en cada árbol. Y como traductoras, aquí nos ocupamos del sexismo lingüístico.
El tema va más allá del sobado machismo léxico de mujer de la calle o mujer pública, comparado con su versión masculina. La atávica visión androcéntrica del mundo (y de los textos) hace que frases dirigidas a todo el mundo se interpreten como destinadas solo a los varones. Lo que despierta suspicacias, que a menudo desembocan en querer especificarlo todo (y toda) y se acaba confundiendo género con sexo, añadiendo morfemas flexivos de género a palabras que no lo necesitan (juez, bedel); o transformando de forma innecesaria participios activos, acabados en -ante, -ente y -iente y diciendo sin empacho estudianta independienta. Francamente, no me parece combativo ceder todas las terminaciones y buscar nuevas para las mujeres, como si no tuviéramos derecho a las consuetudinarias.
Aunque use la chufla el asunto no es baladí. Basta con consultar alguna de las numerosas guías de lenguaje no sexista que circulan por ayuntamientos y universidades; les avanzo que el tema es de traca pero como no cabe su denuncia, les remito al informe del académico Ignacio Bosque, que defiende que exigir la sistemática relación entre género y sexo es imposible, pues no se podría hablar. Además, ¿dónde se sitúan los límites? ¿Es discriminatorio decir mis abuelos para referirse a una pareja, o mis nietos para referirse a un grupo? Si lo suscribimos a la dignidad, ¿qué pasa con los animales, no tienen? ¿Deberemos decir siempre los caballos y las yeguas?
¿Quién tiene la autoridad de dictaminar que una expresión es sexista por el uso no marcado del masculino para referirse a un grupo diverso? Yo, como mujer (y santa), no percibiría tal discriminación. Así que sin estigmatizar, ¿eh? No caigamos en el despotismo ético o, menos finamente, en el papanatismo. Y puestos a pedir, no empobrezcamos con esto el lenguaje, ¡zape!, que bastante depauperado lo oigo por ahí. (Fin del tono luctuoso)
Por suerte la lengua no es un código civil y cada uno se expresa como lo siente. Así que volvamos al inicio, reivindiquemos la igualdad real: salarial, laboral, política, social, sexual y duodenal. Y recordemos que la igualdad es cosa de todos; que a veces una se pregunta dónde está el apoyo de los varones en ciertas denuncias femeninas. Ya se sabe: “Solo no puedes, con amigos sí”.